Viajar debería sentirse como un regalo: perderse en calles desconocidas, descubrir sabores nuevos y dejarse sorprender por paisajes que parecen irreales. Pero muchas veces, lo que encontramos son filas interminables, selfies multitudinarias y la sensación de que el mundo entero decidió visitar el mismo lugar el mismo día que tú.
Por suerte, siempre hay otra cara de la moneda. Existen destinos que yo llamo bioequivalentes: versiones menos saturadas de esos lugares icónicos que todos soñamos conocer.
No son copias, sino alternativas que ofrecen la misma esencia, con menos codazos y más autenticidad.